by El Nuevo Día
La pobreza infantil es una pesada piedra que la sociedad puertorriqueña ha cargado por décadas a sus espaldas, sin que desde el oficialismo local se haya intentado en tiempos que se puedan recordar alguna de las políticas que se ha comprobado a la saciedad que ayudan a librar a los pueblos de este grave flagelo.
Así, mientras el oficialismo se hace la vista larga, se nos han ido yendo generaciones y generaciones de puertorriqueños que, habiendo podido superar los enormes obstáculos que supone crecer entre carencias, no están hoy en condiciones de aportar a la impostergable tarea que tenemos todos los puertorriqueños de levantar a nuestra isla de las ruinas de la quiebra y el subdesarrollo.
El Instituto de Desarrollo de la Juventud (IDJ), una organización sin fines de lucro adscrita a Boys & Girls Club de Puerto Rico, publicó en los pasados días su más reciente Índice de Bienestar de la Niñez, en el que, a base de ciertos indicadores, mide la calidad de vida de los menores de edad en la isla. Puerto Rico sacó un inaceptable D, por mucho el peor desempeño bajo jurisdicción estadounidense.
El Índice, que mide renglones como economía, salud, educación y seguridad, reveló que, en el 2017, el año más reciente examinado, el 58 por ciento de los puertorriqueños de menos de 18 años vive en pobreza. Eso es 2 por ciento más alto que en el 2016. Es 13 por ciento más alto que el resto de la población. Cuando se mira a los niños y niñas de menos de cinco años la cifra es más triste aún: 62 por ciento de los menores puertorriqueños de edad preescolar es pobre.
Nadie debería ser capaz de mirar esas cifras sin indignarse. Más aún cuando se considera que es un problema que lleva décadas. El IDJ ha seguido el rastro a las estadísticas desde 1999 y encontró que nunca ha bajado de 50 por ciento.
Tristemente, parecería que mucha de la sociedad, y sin duda alguna el oficialismo, se ha acostumbrado a este cuadro y parece creerlo inevitable. Solo así puede entenderse que no haya en marcha políticas públicas que han probado una y otra vez, incluso aquí mismo en Puerto Rico, que son capaces de romper el ciclo maldito de la pobreza y dar una nueva oportunidad en la vida a tantas criaturas que hoy crecen con los dados cargados en su contra.
Se ha demostrado, por ejemplo, que uno de los principales obstáculos para romper el ciclo de la pobreza es la falta de oportunidades de empleo bien pagos, ya sea porque las madres carecen de preparación académica o no tienen transportación hacia los lugares donde están los empleos. Hacen falta, por lo tanto, programas de adiestramientos en tareas de alta demanda y maneras de facilitar que las personas puedan llegar a donde están las oportunidades de empleo
Se ha demostrado que también ayudan alternativas accesibles de cuido de niños y programas de atención a la niñez temprana. Hay organizaciones no gubernamentales en Puerto Rico que ya han probado que acercamientos multidisciplinarios y sistémicos al problema de la pobreza infantil se logran resultados positivos. Entre estos están los Centros Sor Isolina Ferré, Boys & Girls Club y el Proyecto Nacer, que opera en Bayamón y da a madres adolescentes el invaluable apoyo que necesitan para culminar sus estudios, incluso universitarios, mientras sus bebés reciben educación temprana de gran calidad.
Esos son solo algunos ejemplos, que están aquí, en nuestra isla, cerca de nosotros, que pueden ser examinados y emulados a escala mayor. Solo se necesita que las autoridades entiendan que la pobreza infantil es un virus que afecta a toda la sociedad, no solo al que la sufre directamente, y haga acopio de la voluntad necesaria para hacerle frente de una vez y por todas a este gran obstáculo en nuestro desarrollo.