by Héctor Jiménez Juarbe
Por El Nuevo Día
En los comienzos de la industrialización de Puerto Rico en 1950, y en décadas subsiguientes, era difícil encontrar puertorriqueños en posiciones gerenciales. Estas eran ocupadas generalmente por norteamericanos de las compañías matrices.
Con la promoción de industrias de más desarrollo tecnológico que las tradicionales de textiles, puertorriqueños comenzaron a ocupar puestos de liderazgo.
Con la llegada de las compañías 936 ocurre un cambio significativo, ya que además de crearse empleos bien remunerados a tiempo completo, sirvieron de escuela y taller para crear una clase gerencial puertorriqueña.
Como resultado, no pocos dirigieron las operaciones de compañías farmacéuticas y electrónicas de alta tecnología. Otros establecieron sus propios negocios. Así surgió nuestra primera farmacéutica de clase mundial y gerentes puertorriqueños fueron nombrados por sus matrices a dirigir operaciones o coordinar funciones en Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y hasta China.
Así que además de crear más y mejores empleos, ayudar a nuestra economía a llegar a niveles envidiables, las 936 fueron esperanza para jóvenes universitarios en carreras administrativas y tecnológicas.
Ese es un legado que debemos reconocer. Debemos continuar en la gestión de crear mejores oportunidades de trabajo para nuestra gente. No nos detengamos en ese propósito, aunque las herramientas para conseguirlas sean distintas.